jueves, 8 de octubre de 2009

Los nombres

Allí nadie conocía el nombre de los demás e incluso se diría que cada cual había llegado a olvidar el suyo propio. Tan sólo se manejaban pseudónimos que, por otro lado, variaban como el clima, según ritmos nunca perfectamente previsibles. Era importante para la lucha conseguir permanecer inaprehendidos, no ser nunca identificados ni, por supuesto, detenidos. Teniendo en cuenta que los encuentros se llevaban a cabo siempre bajo la forma de a dos y que necesariamente resultaban fugaces y escasos, de lo que se trataba era de informar pronto del cambio, para que se extendiese lo más rápido posible la noticia de que había un nuevo miembro en el grupo. Que los combatientes acumulasen cada cual muchos nombres producía un efecto benigno sobre el imaginario del conjunto y exasperaba al enemigo. La proliferación generaba el sentimiento de que el movimiento estaba creciendo. Ella había alternado en los últimos años entre varios pseudónimos sin detenerse en uno concreto. Åppås era el que conocía el extranjero. Una noche durante el otoño de 1930 él le preguntó por su verdadero nombre. Ella le acarició el rostro como quien siente lástima por un animal herido y antes de besarle le respondió, todo es como la nieve, verdadero ninguno.

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