jueves, 8 de octubre de 2009

Åppås

Fue después de que les quitaran los renos, el 13 de octubre de 1923, cuando decidió abandonar a su familia e introducirse en el bosque. Del pasado sólo conservó la ropa puesta y una raro cristal verde que se parecía a un ojo. Las políticas eugenésicas contra los sami ya habían obligado a muchos a replegarse. Apenas sabía cazar, pero la idea de morir de hambre para acabar devorada por las bestias le resultaba mucho más seductora que el trabajo agrícola o el despacho de Herman Lundborg. Cuando en una ocasión oyó hablar de la rebelión de 1852 en Kautokenio algo cambió para siempre en ella, como si su centro de gravedad se hubiera desplazado repentinamente. Insertarse en la lucha no resultó ser sino la única forma de recuperar el equilibrio. Si la estrategia consistía en minar lo más posible al enemigo encerrándolo en sus ciudades, la táctica pasaba por intensificar el nomadismo hasta confundirse con el entorno. No había dejado de moverse hasta aquella noche en que se reunió por primera y última vez con su pequeña tribu rebelde. Poco antes de la ofensiva soviética se sentaron en una vieja cabaña en torno del silencioso tambor de un antiguo noaidi. Los pictogramas anunciaban su futuro. Sólo sería necesario aprender a soportar la soledad primitiva, casi originaria, olvidar los nombre y borrar las huellas. En esta última tarea, ella demostró ser una verdadera especialista, lo que le valió el sobrenombre de Åppås, nieve de invierno virgen y sin pisadas.

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