domingo, 11 de octubre de 2009

Correspondencia

Abandonada la pequeña marca en un árbol gris, a la altura de la rodilla. Dos hojas arrancadas, lívidas sobre la nieve. El hueco peculiar separando la maleza. Uno podía encontrar una multitud de señales, cada una con un significado concreto, mensajes que se extendían a través de la tundra, de ríos y bosques. Habían convertido el territorio en un gran texto en el que leer las aventuras del combate, pero también la extrañeza de la amistad renovada o relatos de amor y miseria, de la vida solitaria o del encuentro con las bestias. Ella escribía sus afectos en esa lengua para él incomprensible. Durante sus paseos en torno al lago, el extranjero siempre pensaba en cuánto le gustaría a ella caminar lenta sobre la piedra del Puente de Praga, contemplar las estatuas de santos, el bullicio constante de la ciudad, el apacible fluir del Moldava. Le daba pena saber que ya nunca podrían cruzarlo juntos en tranvía conforme al ágil ritmo de los caballos. Se había preguntado innumerables veces cómo desgranar las sílabas de un decir que se confunde con la naturaleza, que está en todas partes y nunca calla.

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