sábado, 17 de octubre de 2009

El hambre

La soledad había obligado a los combatientes a cambiar los hábitos de vida de manera importante. Se habían abandonado ciertas formas de vestir y la costumbre de respetar algunas formalidades tendía progresivamente a borrarse. Desde el punto de vista de un observador externo pudiera parecer que todos, incluida ella, se habían vuelto más despiadados, pero ocurre que el frío y el viento que en los claros arrastra el polvo de nieve también suele llevarse los criterios aprendidos. Las posturas a la hora de caminar o sentarse, el modo amar y la entonación de los adjetivos, todo había entrado en lo que individuos poco avispados a buen seguro considerarían un obvio proceso de deterioro. Sin embargo, al extranjero aquello le resultaba de lo más interesante y hasta divertido. Lo único que, inicialmente, le había costado un poco asumir fue la práctica, para 1929 ya muy extendida, del canibalismo. La lucha había devenido caza. Y en la caza nada se desperdicia. La reyertas invernales se convirtieron en la mejor fuente de alimento. Por otro lado, se decidió respetar la fauna autóctona. Ella, sin duda, disfrutaba devorando al enemigo.

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