jueves, 8 de octubre de 2009

Al norte

Tal vez por error llegó en tren a Narvik en el otoño de 1904. No era el primer extranjero que llegaba desde que apenas sí un año antes se inaugurase la vía. Caminaba como esos oficinistas vieneses que a mitad de mañana siempre tienen algún recado que hacer y a prisa suben y bajan de los tranvías para entregar una carta o visitar a una amante secreta, con gabardina marrón, una pierna delante y otra atrás y el hombro derecho algo caído, como si transportase un maletín repleto de informes y documentos burocráticos. Comenzaba a hacer frío, así que decidió entrar en la taberna que había al otro lado de la calle. Fue al ir a cruzar la puerta, tras haber ya girado el pomo metálico, cuando la vio envuelta en una chaqueta hecha de la piel de algún animal salvaje y cargada con una bolsa enorme a la espalda. Tenía los ojos algo rasgados, como corresponde a los miembros de la comunidad sami de la que formaba parte, nómadas inquietos. Resbaló en el preciso momento en que se cruzaban y fue a caer en sus manos. Aquel abrazo duró hasta poco antes de la ofensiva soviética, cuando durante una escaramuza contra una unidad de montaña alemana consideraron oportuno, por motivos tácticos, separarse.

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