jueves, 8 de octubre de 2009

La piel

Le había preguntado al extranjero de dónde vienen los pájaros y cuál es su destino, qué buscan al final del verano. Le había dicho que sólo un apego extraño le impedía abandonar definitivamente la tundra, que algo le convocaba a no alejarse para siempre de Karasjok, pero que soñaba con viajar hacia el sur para adentrarse en el continente, con ver los mares cálidos y las arenas de desiertos desconocidos. Él callaba por temor a defraudar con respuestas vanas. Creía no tener nada que contar o sólo alguna aventura de escasa importancia. El recuerdo del tiempo pasado en las grandes ciudades del oeste de Europa, los desplazamientos en barco, la estancia en Moscú, los suaves licores y los amores perdidos, todo aquello palidecía ante la mirada curiosa de Åppås. Él callaba, con la esperanza de poder así retenerla un poco más, de alargar el instante y las preguntas. Sabía que si permanecía allí era porque el martillo de Thor la obligaba a refugiarse temporalmente y que tarde o temprano la tormenta cesaría. Ella no parecía tener pasado. Sin embargo, en su estómago sobrevivían historias como reliquias de familia de las que no podía desprenderse. Tenía las manos frías y un tatuaje oculto que hablaba del olvido necesario.

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