jueves, 19 de noviembre de 2009

Palabras borradas

Fue justo antes de la ofensiva soviética. Habían pasado ya tres días desde la última intervención contra el enemigo. Ella y el extranjero se habían internado en busca de refugio a través de una senda escasamente transitada y que casi había llegado a borrarse. Conforme avanzaron hacia el norte las pisadas en la nieve se fueron progresivamente haciendo cada vez más profundas y el frío más intenso. Acaso ella estaba habituada al clima y a las dificultades de un paisaje solitario. Al fin, provenía de ese pueblo nómada que transita las fronteras sin percibirlo siquiera. Pero él no lograba acostumbrarse a las bajas temperaturas ni a los cambios del viento. Para olvidar el dolor en los pies y la dificultad de cada paso trataba de escuchar con una atención desmedida cada palabra que ella le dirigía. La oyó entonar un canto incomprensible que hablaba del egoísmo, de abandonar, de cerrar los ojos y de perderse en el sueño, de llevárselo todo, de irse sin dar las gracias. Pero el aire gélido borró con rapidez las palabras, y los gestos se fueron cada vez haciendo más lentos, el camino más difícil y el centro de la noche más cercano. Ambos sabían que por debajo de los veinte grados no se puede respirar por la nariz, que hay que hacerlo por la boca, pues las fosas nasales se congelan. También, que conforme un cuerpo se enfría tan sólo resta detenerse a alimentar un fuego capaz de deshacer el entumecimiento de la carne y de los huesos. Pero el extranjero no pensaba dejar que ella se retrasase ni deseaba convertirse en una carga. Insistió con voz confiada en que se separasen y prometió buscar cobijo y calor para retomar más tarde la marcha. Åppås miró un par de veces hacia atrás mientras se ampliaba entre ellos la distancia. Él se apartó de la senda y, dejándose caer, apoyó la espalda en un árbol desde el que era posible contemplar la gran extensión blanca. Siempre supo que, como el personaje del relato de Jack London, nunca lograría encender una hoguera. Se tranquilizó y dejó que el dolor remitiera, que la respiración y sus latidos se ralentizaran.

1 comentario:

Iósif V. Dzhugashvili dijo...

Pero por fortuna al fin se desencadenó la ofensiva soviética. Tras la imparable marcha de los T-34 que expulsaron a los fascistas, el grupo de Åppås fue integrado en el ejército rojo, a los samis les llegó la industrialización, y tras unos cuantos desplazamientos de población, purgas de disidentes y rusificación cultural, Åppås fue inscrita en el censo de la república socialista soviética de Laponia como Vania Morózov, mujer del secretario del NKVD en el distrito de karasjok. Murió en 1971, como funcionaria en el ministerio de agricultura.